martes, 2 de junio de 2015

LA HISTORIA OCULTA

 LAS  15   LÍNEAS
PEDRO  JOSÉ  CABEZAS
LA  HISTORIA  OCULTA



Ana de Mendoza, la Princesa de Éboli, sacó ventaja a los rumores de que su marido, Ruy Gómez, era el auténtico padre de Antonio Pérez para justificar las numerosas visitas de éste al palacio familiar. El asesinato de Juan de Escobedo por orden de Pérez y con el consentimiento del Rey pudo  estar vinculado con la naturaleza de esta relación secreta.
    Uno de los mayores misterios en la corte de Felipe II sigue siendo cuál fue la relación del Rey con Ana de Mendoza de la Cerda, quien mantuvo una enorme influencia política incluso después de la muerte de su esposo, el Príncipe de Éboli, amigo de juventud del Monarca. A este interrogante, no en vano, hay que añadir el de cuál era la naturaleza de la asociación entre la viuda y el intrigante secretario Antonio Pérez. Un supuesto triángulo amoroso que hizo tambalear a la Monarquía hispánica con su mera sombra y que coqueteaba en torno a un gran secreto relacionado con la identidad del padre del secretario del Rey.
    Oficialmente, Antonio Pérez del Hierro era hijo de Gonzalo Pérez, secretario de Carlos I y de Felipe II, que habiéndose ordenado sacerdote en fechas anteriores a ser padre, nunca esclareció quién era la madre del niño, posiblemente la doncella madrileña Juana de Escobar. Gonzalo Pérez fue un cultivado humanista español, propietario de una de las mejores bibliotecas de su tiempo y responsable de la traducción de “La Odisea” de Homero al castellano. Así y todo, en una de sus habituales aproximaciones a la historia, Gregorio Marañón cuestionó su paternidad y recuperó las sospechas de la época: Antonio Pérez pudo ser el resultado de una relación extramatrimonial del Príncipe de Éboli, Ruy Gómez de Silva, que asumió Gonzalo Pérez por lealtad al poderoso noble.
    El mismo Gonzalo Pérez encubrió su paternidad haciéndole pasar por su sobrino hasta 1567, lo cual alimentó aún más los rumores de que su padre era un personaje influyente de la Corte. Sea de una forma u otra, el joven fue educado en las más prestigiosas universidades españolas e italianas de su tiempo, bajo la protección de la familia castellana de los Mendoza, que estaba emparentada con el Príncipe de Éboli a través de su matrimonio con Ana de Mendoza de la Cerda.
    A la muerte de Ruy Gómez en 1573, que se había convertido en la mano derecha de Felipe II incluso por encima del veterano general Fernando Alvárez de Toledo, la Princesa de Éboli buscó en la asociación con Antonio Pérez una forma de mantener bajo su control el patrimonio familiar. Ciertamente, Pérez había concentrado gran poder en la Corte debido a la protección de Ruy Gómez y no sólo heredó con su muerte la lealtad de su esposa sino el puesto como líder del partido de “Las Palomas” (papistas, defensores de una solución pacífica en Flandes y una acción militar contra Inglaterra), en contraposición con “Los Halcones” (bélicos en lo respectivo a Flandes y paladines de la preeminencia castellana en la Corte). Nombrado secretario de Estado de asuntos “fuera de España” en 1553, Pérez era además uno de los hombres más influyentes en lo concerniente a política internacional.
    Pero, ¿había realmente un componente sexual en la relación entre Pérez y la viuda de Ruy Gómez? Como resume una ingeniosa frase de Gustav Ungerer, “con la tinta que se ha gastado sobre el misterio de las relaciones entre la Éboli y Pérez se podrían colorear las aguas del Tajo”. La respuesta quedará para siempre inconclusa, reservada a la esfera de lo íntimo, pero para la mayoría de los historiadores que como Geoffrey Parker o Gregorio Marañón han abordado con profundidad el asunto, fue posiblemente una relación más de carácter político y financiero que amorosa.
    Para explicar la frecuencia y duración de las reuniones con el secretario real, la Princesa deslizó públicamente que Antonio era hijo natural del Príncipe de Éboli. “Una estratagema, a mi parecer, muy donosa, he oído que ha hecho la Princesa de Éboli. Que estando con ella Antonio Pérez, la Princesa llamó a sus hijos y les comentó que por algunas causas de consideración se había callado lo que les diría, y fue que tuviesen a Antonio Pérez por hermano, como a hijo de su padre”, comunicó al Monarca otro de sus secretarios, Mateo Vázquez, que apodaba a la noble castellana “La Hembra”.
    Fuera cierto o un ardid para legitimar la presencia continua de Pérez en el palacio familiar de los Mendoza, como siempre, habían surgido los rumores, pues no era el comportamiento que se esperaba de una viuda castellana en aquel período y menos de la esposa del amigo más tierno del Rey. “La visitaba muy a menudo y algunas veces estaba muchas horas con ella”, escribió en su correspondencia Fernando de Silva, primo hermano del fallecido Ruy Gómez, quien decidió no volver a esa casa “porque no me parecían bien los tratos de ella”.
    Juan de Escobedo, al que tanto la Princesa como su madre le llamaban “primo”, debido a su profunda vinculación con la casa de Mendoza, fue otro de los que protestó ante la actitud de la viuda y posiblemente sus indagaciones en este asunto fueron una de las causas de su muerte. “¿Qué negocios tiene mi señora, la Princesa, con Antonio Pérez que no puedo entrar yo allá?”, se preguntaba en una ocasión en que, al querer saludar a Ana de Mendoza como acostumbraba en sus visitas a Madrid, se le impidió el paso por estar ocupada con el secretario del Rey.
    Designado secretario de Don Juan de Austria por mediación de Pérez, Escobedo entregó su lealtad y amistad al carismático hermanastro del Rey. Lejos de obedecer las instrucciones originales de Pérez (espiar a Don Juan), Escobedo terminó chantajeando a su antiguo jefe con revelar la relación secreta y el doble juego que mantenía a espaldas de Felipe II, pues informaba al Rey de los pasos del hermano bastardo y a éste de las intenciones del monarca. Sin embargo, Escobedo fue asesinado en un callejón de Madrid por orden de Pérez y con el consentimiento del Rey antes de que pudiera usar la delicada información para derrocar al maquinador secretario, quien, para evitar que lo dejaran al descubierto, acusó a Escobedo ante el Rey de tramar una conspiración para transferir el trono a Don Juan. La muerte de Escobedo marcó el principio del fin del secretario y de Ana de Mendoza, que fueron perseguidos y castigados por el soberano cuando las intrigas salieron a la luz, ya que además (y esto creo que es lo verdaderamente importante para entender lo que con posterioridad acaeció) la Princesa maniobró para evitar que el Rey consiguiera el trono de Portugal utilizando los secretos que Antonio Pérez le había proporcionado, pues ambicionaba ver a una hija suya casada con el primogénito del Duque de Braganza, familia con posibilidades de heredar la corona lusa, contra los intereses de Felipe II.
    Ana de Mendoza, nacida el 29 de junio de 1540 (el mismo año que Pérez), era la única heredera de los duques de Francavilla y una mujer que no se conformaba con el papel reservado a las féminas de su tiempo. Casada con un hombre 24 años mayor que ella, la Princesa pasó largos períodos de tiempo lejos de su marido. Durante una de estas ausencias perdió un ojo en un accidente sin concretar, aunque Manuel Fernández Alvárez, miembro de la Real Academia de la Historia, profesor emérito de la Universidad de Salamanca y del Colegio Libre de Eméritos cree (en su último libro sobre el tema, “La Princesa de Éboli”, 2009, que forma parte de mi biblioteca particular así como otros ocho títulos de diversos autores, biógrafos de la Princesa) que era bizca, estrábica, como explica también Gregorio Marañón, razón por la que disimulaba su defecto ocular y aparece en todos los retratos con los famosos parches de anacoste, aparte del accidente con un florete y consiguiente traumatismo que algunos escritores apuntan que sufrió en su adolescencia cuando jugaba a esgrima con un paje.
    Lejos de resignarse a ser una viuda enclaustrada en su palacio, Ana de Mendoza batalló en contra de su primo Íñigo López de Mendoza, quien trataba de impedir que una mujer se quedara con la titularidad de los mayorazgos familiares. Es por ello que se asocia políticamente con Pérez y, según varios documentos de la época, mantuvo una estrecha relación con Felipe II.
    En un comentario italiano anónimo “de las cosas principales de España notadas en Madrid en 1584”, se da por cierto que Felipe II era amante de Ana de Mendoza y que su hijo Rodrigo, nacido en 1562 y después Duque de Pastrana, fue engendrado por el Rey. No obstante, sólo Manuel Fernández Alvárez creyó verosímil esta teoría de entre los grandes historiadores que han investigado la vida de Felipe II. “El único fragmento de evidencia, aparte del anónimo italiano, era la coincidencia de que el Duque de Pastrana, como el Monarca, era rubio”, concluye Geoffrey Parker en su libro “Felipe II, la biografía definitiva”, sobre la poca solvencia de esta teoría.
    Al igual que Pérez, Ana de Mendoza pagó muy cara su presunta implicación en el asesinato de Escobedo. En 1579, la Princesa fue encerrada primero en el Torreón de Pinto y más tarde en la fortaleza de Santorcaz.
    Finalmente en 1581 fue trasladada a su Palacio Ducal de Pastrana, donde fallecería once años después, el 2 de febrero de 1592, atendida por su hija menor, Ana de Silva, en un régimen similar a lo que hoy se llamaría arresto domiciliario.
    Tras la fuga de Antonio Pérez a Aragón en 1590, Felipe II mandó poner rejas en puertas y ventanas del Palacio Ducal para, de este modo, emparedar a la Princesa de Éboli, una de las mujeres más bellas y enigmáticas del Siglo de Oro español.

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